El dramaturgo, director y actor vuelca su particular mirada sobre Los hermanos Karamazov, la última novela de Fiódor Dostoievski

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24 de agosto de 2019, 4:00 AM
24 de agosto de 2019, 4:00 AM

Hombre de teatro y nombre resonante del circuito independiente, César Brie siempre dice presente en la casi infinita cartelera teatral de Buenos Aires. Con versiones de textos clásicos o títulos de su autoría, Brie propone, arriesga e insiste, y esta vez lo hace con la reposición de Los hermanos Karamazov, la última novela escrita por Fiódor Dostoievski en 1880, pocos meses antes de su muerte.

Con una primera puesta en Italia en 2013, y estrenada en la Argentina al año siguiente con el elenco italiano y posteriormente con actores argentinos, el dramaturgo, director y actor incursionó de forma meticulosa en un autor que eligió en otra oportunidad cuando decidió también llevar a escena su cuento La mansa.

En un proceso de búsqueda de dirigir un texto que no fuera propio, Brie volvió a encontrarse con la novela de Dostoievski que había leído cuando tenía 20 años, y no dudó en elegirla para hacer su propia adaptación y al mismo tiempo asumir el rol protagónico. Acompañado en esta ocasión por Fernando Bender, Emiliano Dionisi, Germán Fonzalida, Iván Hochman, Gabriela Ledo, Abril Piterbarg y Florencia Michalewicz, Brie interpreta a Fiódor Karamazov, a un monje y al Capitán Snegirev, en quienes advierte tres tipos de paternidad.

“El monje es un padre espiritual, Snegirev es un padre que ama a su hijo, y Karamazov es un padre egocéntrico y malvado que odia a sus hijos y piensa solo en sí mismo”, analiza, al mismo tiempo que menciona la relación que guarda la obra original con la biografía del escritor ruso. “El personaje principal une muchas cosas, incluso la figura del padre de Dostoievski, porque este era un hombre violento y explotador, que fue asesinado por sus siervos, y la muerte de Karamazov es parecida porque en su caso es asesinado por su hijo bastardo, que también es su siervo”, sostiene.

Con un recorrido artístico itinerante, que tuvo sus inicios en Buenos Aires, en los años 70, y que luego recaló en Italia y en Bolivia, el director hoy apuesta fuerte en su lugar de origen y en septiembre presentará cuatro de sus obras (El mar en el bolsillo, 120 kilos de jazz, Fui, y Árbol sin sombra) en el Chacarerean Teatre, la sala donde desde principio de año dirige El equilibrista, uno de los éxitos de la temporada “El teatro es mi modo de hacer poesía”, asegura.

 ¿Cómo realizó la adaptación de ‘Los hermanos Karamazov’?

Mucha gente se toma muy en serio esta novela, y para mí Dostoievski es un gran humorista, entonces traté de dejar en la obra ese humor en su estado más puro. La parte menos interesante de la novela es cuando habla de la religión y los tribunales eclesiásticos. Por eso no abordé eso. Hay unas 60 páginas de la novela sobre ese tema que para mí son olvidables.

El resto es una obra de arte. Dostoievski plantea diferentes visiones del mundo, pero hay sustancialmente tres, que son las de Aleksej, el santo, a la que adhiere Dostoievski, la de Iván, el político, y la visión hedonista que pertenece a Karamazov y a Dimitri, que son víctimas de sus pasiones, aunque uno es malo y el otro es bueno. Esas tres almas exponen sus tesis, y Dostoievski nunca las cierra. Lo grandioso es que él hace dialogar a sus personajes y lleva a consecuencias extremas cada pensamiento, incluso cuando ese pensamiento no coincide con el que él tiene.

 ¿Qué hace universales a autores como Dostoievski?

Los clásicos son clásicos porque hablan a nuestro presente, aunque yo hice que la obra fuera atemporal, y no ubiqué la historia en un lugar ni en una edad precisa. En mi trabajo teatral he hecho muchas investigaciones con mis alumnos sobre relaciones familiares, y uno de los elementos más comunes hoy en día es la ausencia del padre. Freud sostiene que el drama contemporáneo por excelencia es la muerte del padre, y da como ejemplos a Edipo, Hamlet y Los hermanos Karamazov como las tres referencias en sus estudios sobre el parricidio.

 En sus puestas los actores dialogan mucho con los elementos en escena de forma creativa y poética, y lo corporal también es algo central. ¿A qué se debe la elección de esos recursos?

El teatro está hecho de actores, objetos, un espacio, palabras, luz y música. Kantor sostiene que un objeto en escena es sagrado, y que tiene la misma importancia que un actor, y eso para mí es una ley. Yo hice una revista de teatro en Bolivia que se llamaba El tonto del pueblo, y en el primer número que publiqué traduje unas lecciones elementales de teatro de Kantor, donde él habla de eso, y ahí me di cuenta que yo trabajaba los objetos con esa lógica.

Por eso no estoy muy interesado en las escenografías, sino en los objetos, entonces cuando hago una obra pienso en eso incluso antes de pensar el texto. En Karamazov yo sabía que iba a tener cruces que a la vez son perchas, y quise tener una cuerda de barco para que delimitara la escena, y bancos que se transforman en distintos lugares.

En el teatro argentino muchas veces ocurre que la escenografía es una sirviente del texto, y yo parto del lado opuesto, desde los objetos. En una gran parte de mi trabajo el texto es hijo de la escena, y si bien en esta obra el texto estaba antes, y yo hice una síntesis, fui escribiendo las escenas a la luz del trabajo que hacíamos con los objetos. Entonces quedó poco del Dostoievski verdadero, pero creo que quedó la esencia.

 Aun en tiempos de crisis, la oferta teatral en Buenos Aires se renueva ¿Qué explicación encuentra a esto?

El teatro es una de las formas más humildes del arte, y se puede hacer con nada. Cuando hay períodos de crisis, el teatro se potencia, pero lo que ocurre es que la gente puede pagar menos, entonces uno ve que el teatro comercial ha bajado mucho, y el teatro independiente se sostiene porque sigue cobrando poco, y cada vez cobra menos.

Entonces la crisis actual está cagando de hambre a los artistas, pero siguen trabajando porque el verdadero artista no trabaja por dinero, sino que busca dinero para hacer lo que desea.

 ¿Cómo piensa al teatro?

Es mi vida. Cuando era chico escribía poesía, pero ahí no estaba contemplado el cuerpo, entonces decidí hacer teatro. Yo tenía una timidez crónica y feroz, y con el teatro pude seguir haciendo poesía, pero ya no solo con las palabras, sino también con el cuerpo, los objetos, la escena, y con otras personas. Logré hablar a los demás, y mirarlos a los ojos. Esto es lo que me hace vivir.