El escritor boliviano, uno de los que mejor narró la miseria de la Guerra del Chaco, es considerado un referente indiscutible de las letras y de la historia política nacional del siglo XX

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16 de febrero de 2019, 4:00 AM
16 de febrero de 2019, 4:00 AM

Augusto Céspedes fue de esos milagros que suceden, de cuando en cuando, en las literaturas nacionales, una personalidad cuya obra y vida sigue y seguirá objeto de estudios. Creo que entre sus libros se destaca Sangre de mestizos, relatos de la Guerra del Chaco. Un conflicto en el que durante tres años (1932-1935) Bolivia y Paraguay se desangraron empujados por empresas transnacionales que se disputaban un territorio petrolero. Eduardo Galeano dice: “Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa.

Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco”. Murieron cerca de 50.000 bolivianos y 40.000 paraguayos. La guerra es uno de los temas recurrentes de la literatura y la del Chaco fue motivo de novelas, poemas, canciones, ensayos y cuentos creados por escritores de ambos países. Entre los narradores se destacan dos de ellos, uno paraguayo, Augusto Roa Bastos /Asunción 1917-2005) y uno boliviano, Augusto Céspedes, nacido en Cochabamba en 1904 y fallecido en La Paz en 1998, ambos escritores fueron protagonistas de esa guerra.

Al término de la misma, Augusto Céspedes salió junto con un grupo de intelectuales, que conmovidos por la tragedia y con un grande sentimiento nacionalista, fundaron un partido político que años más tarde, en 1952, realizaría la llamada Revolución Nacional. Los dos Augustos fueron grandes escritores y en la madurez de sus vidas explotó el boom de la literatura latinoamericana con los nombres ya conocidos, entre ellos el del paraguayo Augusto Roa Bastos, no así el de nuestro compatriota, cuya obra tenía suficientes méritos y calidad literaria para que su figura formara parte de esa generación que cambió el rumbo de la literatura en lengua española.

Jaime Iturri, periodista y escritor boliviano, afirma que “si Carlos Montenegro fue el ideó- logo, el ‘Chueco’ fue el luchador desde la pluma, desde la tinta y el papel”. Son muchos los libros como El dictador suicida, Metal del Diablo, polémico libro sobre los barones del estaño que fue quemado en 1947 durante una manifestación en su contra. Además de otros títulos que prueban su afiliación sin ambages a la causa revolucionaria.

Publicó el libro de cuentos Sangre de Mestizos, relatos de la Guerra del Chaco. Entre los cuentos de este libro, publicado apenas se firmó el armisticio, en la que participó como soldado, se destaca el cuento El pozo, uno de los más importantes de la literatura boliviana que figura entre los 100 mejores relatos de la literatura universal y entre los veinte seleccionados por Germán Arciniegas para The Green Continent. Tal vez sea, merecidamente, el cuento boliviano más antologado y con mayor número de traducciones. Piero Castagneto afirma que “uno de los más famosos cuentos bolivianos inspirados en esta guerra es El pozo, de Augusto Céspedes, que relata la obsesiva excavación de un grupo de soldados sedientos en busca de agua. Como para corroborarlo, un veterano de esa nacionalidad recordaba un episodio parecido, donde sus compa- ñeros esperaban el anuncio de “¡agua…!”, quizá “con mayor intensidad con la que resonara después la palabra ¡paz!”.

El líquido elemento es un factor que por sí solo resume el carácter de esta contienda, librada hace siete décadas en el corazón de América”. René Zabaleta Mercado, uno de los más importantes intelectuales bolivianos de la segunda mitad del siglo XX, afirma que “El pozo es el otro yo de la trama. Esta se compone de actos pero el Pozo es siempre solo una potencia, una latencia. Son dos líneas (la suerte de los hombres alrededor del Pozo y la suerte del Pozo mismo) cuya unidad se resuelve dialécticamente: los contrarios se unen en la muerte cuando ya no es importante encontrar agua”. El cuento toma la estructura de un diario de campaña escrito por el suboficial boliviano Miguel Navajas entre el 15 de enero y el 7 de diciembre de 1933. El militar va tomando apuntes de lo que será su nueva misión: cavar un pozo para saciar la sed de sus compatriotas, dicen que si se cava lo suficiente se acaba por llegar al infierno y es allí donde nos sitúa Céspedes: “Esta tierra del Chaco tiene algo de raro, de maldito”.

A medida que leemos el diario acompañamos a Navaja a revivir la tragedia que nos va contando, día tras día. Por momentos el relato alcanza ribetes poéticos: “Otra vez el calor. Otra vez este flamear invisible, seco, que se pega a los cuerpos. Me parece que debería abrirse una ventana en alguna parte para que entrase el aire. El cielo es una enorme piedra debajo de la que está encerrado el sol”. Céspedes no solamente narra la miseria de la guerra, sino que nos permite atisbar otros dramas tan propios de los seres humanos. A través del cuento también nos podemos dar cuenta de la discriminación social, en un fragmento el suboficial Navajas dice: “He destinado ocho zapadores para el trabajo. Pedraza, Irusta, Chacón, el Cosñi, y cuatro indios más”, por supuesto que es evidente lo de “cuatro indios más”, es decir los indios no tienen nombres como los blancos o mestizos, son los “nadies”, los anónimos, los “carne de cañón”, sirven para incrementar las cifras de muertos y desaparecidos. Los indios no les interesaban a los oficiales como a la sociedad tampoco.

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