La mano de la curadora cruceña se deja ver en la muestra dedicada a Alexander Calder en Buenos Aires. La experta habla de su trayectoria y de su visión del arte

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6 de octubre de 2018, 4:00 AM
6 de octubre de 2018, 4:00 AM

El mundo de Alexander Calder es un teatro de encuentros en el cual todo lo que se desenvuelve constituye un compromiso con el presente. El mundo de la boliviana Sandra Antelo-Suárez está íntimamente ligado al arte y, en los últimos años, al escultor estadounidense que está presente en la Fundación Proa con una muestra curada por ella.

Antelo-Suárez es una cruceña que vive en Estados Unidos, experta en Calder y voz autorizada para hablar de su obra y trayectoria a través de los diversos escritos que ha dejado, en los que hace énfasis en el acto estético, que se sitúa en el encuentro, en un juego mental sin guiones ni límites, pleno de colaboraciones en desarrollo, especulaciones y expectativas.

Todo esto queda plasmado en Teatro de encuentros y en las cuatro etapas en las que está dividida la muestra (En busca de la acción y la interacción, Una proposición, La esplendorosa era del objeto-ballet semi-autosuficiente y Bailando entre el móvil y el stabile). Asimismo, se amplifica en la voz firme y elocuente de Antelo-Suárez, que habla con entusiasmo de su trabajo al programa Aquí estoy, de EL DEBER Radio, para luego ampliar y desarrollar sus conceptos sobre arte y la visión de una profesional en el tema, en una entrevista con Brújula. 

Sandra es brasileña de nacimiento casi por accidente. Nació en Río de Janeiro, adonde sus padres habían viajado. Pero permaneció ahí solo nueve días y llegó a Santa Cruz de la Sierra, donde creció y se educó, por eso se considera una auténtica camba. A los 16 años viajó a Estados Unidos a estudiar Literatura comparada en español e inglés. Su inclinación por las artes y las ciencias sociales, la llevaron por universidades enfocadas en las ‘liberal arts’, entre las que tuvo la oportunidad de hacer maestrías y un doctorado en Arte. 

 

Radicada en Nueva York desde principio de los años 90 y habiendo adoptado un enfoque interdisciplinario global, Antelo-Suárez ha llevado a cabo una investigación en profundidad de la escena artística desde diversos campos. En 1993 se hizo cargo de Espacio del tiempo: Artistas contemporáneos de las Américas, la primera exposición de artistas de la región que trascendió las clasificaciones culturales y que se realizó en The Americas Society, una organización dedicada a la educación y el debate en la región. Simultáneamente, realizó la exhibición Artistas latinoamericanos del siglo XX, en el Museo de Arte Moderno (MoMa).

A sus 25 años creó el que considera su mejor proyecto: la organización sin fines de lucro Trans, una plataforma de contextualización de arte internacional y luego fundó la revista Trans Cultures Media, de la que fue editora. Se trata de una publicación interdisciplinaria y multilingüe con un enfoque en las culturas americanas, que llegó a publicar ensayos seminales de autores como Ernesto Laclau, Judith Butler, Juan Goytisolo y Silvère Lotringer.

“Era a principios de los años 90 y en esa época trabajaba con artistas de mi generación, con los que hablábamos el mismo lenguaje, vivíamos lo que estábamos haciendo. Había una energía increíble. Fui una articuladora cultural que logró poner en marcha los proyectos que creamos. Hacíamos curadurías, simposios, debates. Utilizábamos el internet como una herramienta editorial. Era Trans, es decir, un espacio entre lugares”, rememora Sandra.

Luego de que la plataforma cumplió su ciclo, Antelo-Suárez se sumergió en proyectos de diversas características. En 2001, en Nueva York, curó las primeras exposiciones individuales de Yang Fudong, Daniel Guzmán, Joan Jonas, Marine Hugonnier y Mircia Cantor.

En la edición 2002 de la feria Art Basel de Miami curó y produjo Smile without a cat: A celebration of Ann Lee’s Vanishing, un proyecto de fuegos artificiales de Pierre Huyghe y Philippe Parreno. Entre sus trabajos de esta época también se destaca No confíe en nadie de más de 30 años, acerca de la obra de Dan Graham, Tony Oursler y Rodney Graham, artistas conceptuales de los años 60. La pieza, que se presentó originalmente como un espectáculo de títeres de rock en vivo, fue producida por Sandra en colaboración con el maestro de títeres Phillip Huber. Se presenta actualmente en la galería Lisson, de Londres.

“Yo no trabajaba con artistas muertos, como Calder o Picasso, nunca me atrajo ese glamour de los artistas míticos. Tampoco buscaba asociar forzosamente mi labor con una cuestión ideológica. Pero me siento muy agradecida por la gente que decidió realizar estos proyectos conmigo”, asevera.

Antes que curaduría, Antelo-Suárez prefiere llamar ingeniería cultural a lo que hace, porque ahora “se cree que curar una tienda es curar”. “No es por una cuestión de elitismo, sino porque tenemos que empujar los estudios académicos”, aclara. Sandra recalca que cada uno de los responsables de una ingeniería cultural tiene su propia visión e influencias. En el caso de ella, le importa lo inmaterial. 

 

Establecer diálogos

Antelo-Suárez está convencida de que el arte promueve el diálogo y permite abordar muchos temas de interés para una sociedad, pese a las diferencias ideológicas de sus componentes.

“No soy una amante de las artes visuales, utilizo mis conocimientos al respecto como una forma de proveer nociones de igualdad y de crear contextualizaciones históricas, es decir, saber reconocer de dónde venimos. Sí, es muy bonito el cuadro y el arte de sala, pero no me interesa el diseño de interiores. En mis proyectos, el texto es muy importante y el libro como un espacio de exposición de ideas, como un objeto que puede estar en muchos lugares”, expresa. 

Sobre la actividad artística en Bolivia, confiesa que no hace un seguimiento permanente, pero trata de estar al tanto de las novedades. Conoce a varios artistas de la actualidad y en diferentes épocas ha realizado estudios sobe arte boliviano. Viaja a Bolivia con frecuencia, aunque desde hace dos años no viene.

Sandra no oculta su interés de ser considerada una embajadora cultural, porque trabaja para eso. “Son momentos propicios para establecer diálogos y creo que lo podemos hacer en todos los campos del arte, no solo en las artes visuales, sino también en la literatura”, dijo y adelantó que está gestionando becas para artistas bolivianos en EEUU.

Más allá de nombres individuales, como Gastón Ugalde o Roberto Valcárcel, aguarda que artistas de esta generación también sean referentes en el exterior. Le parece fundamental que las galerías privadas y espacios públicos trabajen en conjunto. “Celebro toda oportunidad que tenga un artista de desarrollar su obra, pero es más importante el contexto”, afirma la experta cruceña, que se refirió también a las bienales de arte de Bolivia. La referencia principal al respecto son sus amigos, que han sido invitados como jurados internacionales a los diversos certámenes, mientras ella manifiesta su extrañeza por no haber sido llamada a ninguna versión.

Antelo-Suárez valora a los mecenas culturales, que se suman a los esfuerzos integrales para que el arte se sostenga. “Para que todo funcione es imprescindible que existan artistas, críticos, curadores, instituciones, galerías, coleccionistas, mecenas y universidades. Ahora, no creo que el estudio de las artes plásticas siempre sea lo mejor. Uno puede aprender técnicas ahí, pero hay que aprender a pensar. Hay tantas escuelas internacionales de arte, que se hace muy difícil encontrar un campo para que un artista como tal logre desempeñarse como profesional”, asegura.

También se refiere a cierta postura o mirada errónea que existe de ese artista ligado a la vida bohemia en detrimento de la producción cultural como objetivo de un trabajo serio y responsable. “Ser artista no significa que tengo que ser decadente, andar de fiesta y ofrecer algo que no tiene contenido, que es vacío. Uno puede trabajar más y tiene la misma validez que un ingeniero civil. Quizás, no hay una funcionalidad inmediata sino funcionalidades intangibles, como reconocer que la cultura es una posibilidad de diálogo.  La producción cultural es algo que cuestiona, que pone en duda, que te permite saber que una obra dentro de 50 años seguirá siendo algo interesante aún, o puede tener otras lecturas. Ese es el Calder que a mí me interesa. El que hizo que algo de hace 100 años ahora me llame la atención”, finaliza Sandra.