Llevaba casi dos décadas prófugo de su país. Fue miembro del grupo Proletarios Armados por el Comunismo (PAC). Autor de novela negra en los 90 del siglo XX

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14 de enero de 2019, 6:30 AM
14 de enero de 2019, 6:30 AM

Cesare Battisti no es un prófugo novato. Ya pasaron 37 años desde que huyó de su país natal, Italia, en 1981, después de recibir una primera sentencia, y en 1993, ya en ausencia suya, fue condenado a cadena perpetua por su participación en cuatro asesinatos. Nació hace 64 años en un pueblito ubicado en Cisterna di Latina, una localidad en los alrededores de Roma, en una familia fuertemente influida por el catolicismo y el comunismo.

En su juventud, se involucró en diversos episodios de delincuencia y detenciones por asalto. En 1977, cuando estaba preso en una cárcel, conoció a Arrigo Cavatina, uno de los ideólogos del grupo Proletarios Armados por el Comunismo (PAC). Era una época de extremismos en Italia, tanto a la izquierda como a la derecha. La violencia perpetrada por grupos militantes y por la represión del Estado provocó que ese periodo pasase a la historia como los “años de plomo” en el país europeo. El PAC, por ejemplo, promovía robos calificándolos como una forma de “expropiación proletaria”.

Battisti está acusado de participar en el asesinato de Antonio Santoro, mariscal de la prisión en Via Spalato, y otros tres asesinatos: el del joyero Pierluigi Torregiani, en Milán, por el cual Battisti fue condenado como autor principal, y el del carnicero Lino Sabbadin en Mestre, para quien Battisti proporcionó cobertura armada. Battisti está acusado de ser también el ejecutor material del asesinato de Andrea Campagna, agente de los Digos de Milán, asesinado el 19 de abril de 1978. Battisti siempre negó haber cometido esos crímenes y sus defensores afirman que los juicios se realizaron sin garantías y basados en confesiones extraídas con violencia, y aseguran que el italiano es víctima de persecución política en su país. Sus expedientes pasaron por diferentes instancias de la justicia italiana y también por la Corte Europea de Derechos Humanos.

En todos los casos, sus crímenes fueron considerados comunes y no fue visto como un perseguido político. Pero el italiano nunca cumplió la pena a la que fue sentenciado, ya que huyó de prisión en 1981. Tras su huida, vivió clandestinamente durante un breve periodo en Francia y después se fue a México, donde vivió y tuvo una intensa actividad cultural durante algunos años en la década de los 80.

En 1990, Battisti regresó a Francia como refugiado político -estatus concedido por el Gobierno de François Mitterrand en un amplio proceso de amnistía a ex militantes italianos de la extrema izquierda-. Pero en el mandato de Jacques Chirac, el acuerdo sobre el estatus de refugiado cambió y el italiano podía ser extraditado. Por ello, huyó a Brasil en 2004.

Tres años después, en marzo de 2007, Battisti fue detenido en una operación que contó con la Interpol, las policías de Italia y Francia y la Policía Federal brasileña, y arrestado preventivamente en una cárcel de Brasilia. Poco después de ser arrestado, llegó el pedido de extradición por parte de Italia. El país europeo argumentó que Battisti fue juzgado de forma democrática y, por tanto, su extradición sería legítima. En noviembre de 2008 se dio otra negativa para el italiano: su pedido de refugio político fue rechazado por el Comité Nacional para los Refugiados de Brasil (Conare).

Sin embargo, contradiciendo la evaluación de ese órgano, el entonces ministro de Justicia, Tarso Genro, concedió a Battisti el estatus de refugiado político a inicios de 2009. Integrantes del Gobierno del ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT), argumentaban que el italiano fue víctima de persecución política, lo que invalidaría su juicio en Italia.

El Supremo Tribunal Federal de Brasil tenía que posicionarse sobre el caso, visto entonces como uno de los más difíciles de su historia. En 2009, el Supremo se posicionó favorablemente a la extradición de Battisti, pero dejó la decisión final al presidente de la República, al considerar que se trataba de una prerrogativa del Ejecutivo. En su último día como presidente, el 31 de diciembre de 2010, Lula vetó la extradición. Eso abrió el camino para la liberación del italiano, ya que el veto a la extradición eliminaba la necesidad de mantener a Battisti bajo custodia.

Tras el indulto concedido por Lula, Battisti expresó su voluntad de construir una nueva vida en Brasil, según contó a la BBC en ese momento. Desde entonces, pasó la mayor parte del tiempo en el estado de San Pablo. También se sabe que tuvo un hijo brasileño y formó una unión estable en el país, según costa en documentos judiciales. Con el nuevo Gobierno, la embajada de Italia en Brasil intensificó la presión para convencer al presidente de revertir el posicionamiento y envió, en secreto, un pedido formal a la Presidencia de la República.

En 2017, Battisti fue arrestado cuando intentaba cruzar la frontera entre Brasil y Bolivia portando más de 23.000 reales ($us 6.000). Dijo que se dirigía al país vecino para comprar equipos de pesca, ropa y vino, y que el dinero no era todo suyo, sino también de otras personas que viajaban con él. Fue liberado algunos días después. Ese mismo año de 2017, el ministro del Supremo Tribunal, Luiz Fuz, determinó prisión para Battisti. Al día siguiente, la Presidencia brasileña anunció que el mandatario Michel Temer había decidido extraditar a Battisti vía decreto. Pero la medida no se concretó porque el italiano huyó a Bolivia, donde ayer fue detenido.