"Game of Thrones", una de las series más exitosas de la historia de la televisión, llegó a su fin, uno que ni los libros en los que se basa aún han contado. En BBC Mundo analizamos el esperado cierre.

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20 de mayo de 2019, 10:31 AM
20 de mayo de 2019, 10:31 AM

(Advertencia: incluye spoilers.)

Game of Thrones ha terminado. Parece una obviedad, pero no lo es.

Miles (¿millones?) de fanáticos pasarán los próximos días (¿meses?, ¿años?) debatiendo el final de la serie y planteando desenlaces alternativos que consideran más épicos, ingeniosos o justos que el que se vio este domingo por HBO.

Aquellos que no fueron atrapados por la serie podrán creer que es una exageración dedicarle tanto tiempo a criticar y reimaginar un programa de televisión con dragones y zombies.

Pero lo que no consiguen entender es que Game of Thrones es mucho más que un mundo de fantasía épica.

Sus personajes, con sus talentos, deseos y mezquindades, sumados a la impredictibilidad de la trama la convirtieron en una de las series más exitosas de la historia de la televisión, logrando conquistar a espectadores y críticos por igual.

O al menos así fue hasta la octava temporada, cuando la cuidadosa trama política y humana de las entregas anteriores fue arrollada por la espectacularidad visual y el efectismo narrativo.

Los personajes pasaron a protagonizar decisiones y diálogos inverosímiles, que hicieron al espectador consciente de que había un guion, presupuesto y plazos que cumplir para llegar a un punto final prefijado.

Todavía no está claro si ese final es el que pensó en 1991 George R.R. Martin cuando comenzó a escribir "Canción de hielo y fuego", la inconclusa saga de libros en la que se basa Game of Thrones.

Lo que sí es cierto es que la ejecución televisiva de David Benioff y D.B. Weiss es el único cierre oficial, uno que generó sorpresa y desilusión, pero también alguna alegría.

Trono de hierro de Game of Thrones
Reuters

Sorpresa 1: Jon mata a Daenerys

A simple vista es fácil creer que Jon Snow es un personaje que aprendió y maduró a lo largo de estos 73 capítulos.

No en vano aquel cabizbajo hijo bastardo de Ned Stark llegó a ser lord comandante de la Guardia de la Noche, rey del Norte y verdadero heredero del Trono de Hierro en tanto hijo legítimo de Rhaegar Targaryen y Lyanna Stark.

Sin embargo, una y otra vez Jon Snow se mostró capaz de confundir la lealtad y honradez con la simple estupidez, tal como le pasó a su padre de crianza.

Esa es la razón por la que muchos creían que, a pesar de haber sido testigo privilegiado del genocidio perpetrado por Daenerys Targaryen en Desembarco del Rey, Jon jamás tomaría una decisión drástica con la nueva "reina loca".

Si a la salvaje Ygritte le perdonó la vida una vez por ser mujer y otra vez por ser su amante, ¿qué haría con Daenerys, que además de esas dos cosas era su sangre y su reina?

"Eres mi reina y siempre serás mi reina", le dijo Jon antes de darle un beso y una puñalada fatal.

Así, el personaje más heroico de Game of Thrones repitió la historia y tomó el mismo camino de quien fue el más moralmente juzgado de la serie, Jaime Lannister.

La pregunta ahora es si Jon también será inmortalizado en los libros de historia de Poniente como el "matarreinas".

Sorpresa 2: rey Bran Stark

En las distintas teorías sobre quién terminaría sentado en el Trono de Hierro, Bran Stark aparecía como uno de los posibles candidatos pero más por su apellido que por su probada capacidad como líder, político o estratega.

Su recorrido desde un inquieto niño al superpoderoso Cuervo de Tres Ojos pasó de poca a nula elocuencia.

Con la mirada vacía y las palabras estrictamente justas, se convirtió en una suerte de enciclopedia viva, sin emociones ni ambiciones.

De hecho, es probable que justamente por eso "Bran el Roto" vaya a ser un buen rey o, al menos, el rey que Poniente necesita.

Su vasto conocimiento, objetividad y practicidad ayudarán a reconstruir los ahora seis reinos tras décadas de guerra, devastación y hambruna.

Además, su esterilidad sirve como la perfecta excusa para dar fin al sistema de gobierno en base a herederos y empezar uno nuevo un poco más democrático, donde son los líderes de las casas más poderosas quienes votarán al rey.

Desilusión: solo los malos mueren

La serie que supo matar a la cara del afiche promocional en la primera temporada falló al momento de matar personajes en la octava y última.

Nadie disfrutó de ver a Ned Stark decapitado ni a Rob Stark masacrado junto con su madre, esposa e hijo no nato.

Pero estas muertes de los "buenos" eran lo que hacían que Game of Thrones no fuese una historia de fantasía más, con príncipes y princesas que viven felices para siempre.

La vida es injusta y la guerra, más.

Por eso es incomprensible que en el capítulo final ni Jon Snow ni Tyrion Lannister mueran tras su exitosa conspiración contra Daenerys. Apenas son encarcelados unos días y ninguno resulta genuinamente castigado.

Es cierto que en la última temporada mueren tres de sus máximos protagonistas, es decir, los mellizos Cersei y Jaime Lannister y Daenerys Targaryen.

El problema es que los tres murieron como villanos.

Esto no es extraño en Cersei, quien a lo largo de estos ocho años supo ser un personaje malvado tan brillante como complejo, con su propia lógica interna de amor y compasión.

Pero sí resultó antinatural para Jaime y Daenerys, cuyos personajes dieron giros inesperados en los capítulos cuatro y cinco respectivamente.

Tan bruscos fueron sus cambios que hasta pareció que los guionistas sintieron pena de matarlos mientras contaran con el cariño y la empatía de la audiencia.

Alegría: los Stark

"Cuando juegas al juego de tronos, o vives o mueres", dijo una vez Cersei.

Dada la suerte que, temporada tras temporada, tuvieron los Stark, que el juego de Bran, Sansa, Arya y Jon terminase en "vida" ya era mucho.

Pero no fue solo eso: al cierre de Game of Thrones, cada uno está satisfecho con su desenlace.

Sansa, quien siempre soñó con ser reina, logra su fantasía de niña, pero como una mujer empoderada que logró lo que cientos de Stark no consiguieron: la independencia del Norte.

Arya se embarca rumbo a nuevas aventuras hacia el oeste de Poniente, un juego de palabras que tiene más sentido en inglés, donde viaja al west de Westeros.

Y Jon, como "castigo", se va a vivir con el Pueblo Libre, lejos de los títulos nobiliarios y apellidos compuestos.

Lo que es mejor, esta sucesión de finales felices transcurre mientras, de fondo, suena la banda sonora que pasará a la historia como una de las más icónicas de la televisión.

Ahora toca silbarla bajito a la espera de los libros de Martin.


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