Opinión

El racismo como estrategia oficialista

7 de noviembre de 2019, 3:00 AM
7 de noviembre de 2019, 3:00 AM

El desborde de la situación poselectoral, como todos sabemos, ha conducido a un estado de conflictividad social imparable con una característica bastante particular: la movilización es protagonizada por una sociedad autoorganizada y autoconvocada que está a la vez en las redes y en las calles, con un nivel insólito de coordinación para mantener un objetivo común -la defensa del voto- y una estrategia común -ejercer presión al actual gobieno-. Se trata de una movilización sin un único líder, carente de estructuras orgánicas y que va reinventándose día a día integrando a gente diversa básicamente urbana y compuesta por jóvenes.

Ante esta desbordante y poco aprehensible situación, el gobierno ha ido desplegando sus habituales estrategias de contención como movilizar a sus propias bases sociales para confrontar a los sectores movilizados que amenazan al proceso de cambio, sacar a la fuerza policial para poner un orden unidireccional conteniendo a unos y amparando a otros, y finalmente la estrategia institucional -evidentemente la menos nociva- de convocar a un organismo internacional como la OEA para realizar una auditoria de la elección, en el otro extremo, asumen acciones absolutamente arbitrarias como cuidar la integridad personal de un dirigente cívico mediante su “secuestro” en un avión militar. 

En medio de estas estrategias, se ha deslizado una, que parece imperceptible pero es altamente poderosa pues se filtra en los imaginarios colectivos y en el reforzamiento del “yo” versus el “otro”, en la construcción política del enemigo como dicen algunos teóricos. Es el discurso oficial fuertemente contaminado de componentes racistas de autovictimización y desde ahí, la denostación del otro.

Tanto los voceros oficialistas como algunos intelectuales y dirigentes de organizaciones sociales afines han retomado el argumento del racismo como elemento diferenciador, como arma política diseminada en distintos espacios mediáticos con la consigna de instalar este potente elemento simbólico para fortalecer su posición.

De alguna manera se inició a propósito del TREP, cuando se argumentó que “no se quería reconocer el voto del area rural”, que se lo despreciaba.

 Ese discurso fue un elemento central en la primera fase del gobierno del MAS, altamente aglutinador y con contenido histórico, encarnado en el presidente indígena, pobre y excluido que llega al poder generando una muy fuerte adscripción identitataria (Evo soy yo). Con los años, este discurso fue abandonado pues resultaba incómodo para alimentar las políticas económicas asumidas, los proyectos de desarrollo y la necesaria ampliación de su base social.

En medio del actual conflicto, resulta conveniente retormarlo con fines políticos, para descalificar las movilizaciones callejeras propiciadas por ciudadanos clasemedieros, jailones, racistas etcétera vs. los indios, pobres, gente humilde, campesino, hoy amenazado en su situación de poder “el racista que no aguanta a un indio en el palacio” dijo alguno de sus representantes. 

Evidentemente el racismo no ha sido resuelto en Bolivia con la fundación de la República, ni fue superado con la revolución del 52, o con la nueva CPE y su legislación medio siglo después. En todo caso, la sociedad esta transitando poco a poco y con muchas dificultades por ese derrotero. 

El hecho de reposicionarlo deliberadamente en medio de una coyuntura política de alta tensión social como la que estamos atravesando, además de dividir al país, alentar la violencia física y ahondar las heridas sociales, solo conduce a desandar los escasos avances logrados.



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